En los primeros días de mi asignación en Indonesia, encaraba la situación de la comunicación como un reto personal, pero más que todo como motivo de enriquecimiento cultural. Aunque con cierta intranquilidad ya que había de ser muy cuidadoso respecto al choque étnico, lo que se diría… y como se diría.
Pasa que el Indonesio es de un carácter muy apacible, y cualquier actitud airosa no es bien recibida, y la mayoría de las veces puede convertirse en una ofensa el solo levantar la voz de la forma habitual a la que hacemos los bolivianos.
En uno de estos días iniciales, el proyecto para el que nos preparamos se había adelantado una semana, así que tuvimos que movilizar los equipamientos haciendo uso de todas las horas útiles de la jornada para terminar a tiempo. En ese ‘afan’ les encargue a los muchachos sacrificar el tiempo del café o de las charlas matutinas a fin de optimizar las labores de ese día.
Durante esa mañana, decidí ofrecerme voluntariamente para hacer las tareas pesadas a fin de agilizar el trabajo de los funcionarios, me encontraba junto a un operario indonesio de nombre ‘Amim’, cargabamos unos equipos a un “troley” o carrito de carga, para mover los equipos desde el almacén hasta la unidad de servicio. La tarea consistía en: ...ambos llenar el carrito ... ambos mover el troley, y ambos descargar los equipos a la unidad. Cuando llegó las 11:30, que es una hora antes del almuerzo, estaba junto al operario llevando la carga hasta la unidad, y en un momento que no supe cuando, el ayudante desapareció de mi vista sin avisar ni dejar rastro alguno, dejando me la descarga a mi solo. Obviamente mi enojo fue evidente en ese momento, aunque decidí terminar yo solo. Después de casi 45 minutos, Amim se acercó todo sonriente y despreocupado para preguntarme donde almorzaba, y si no quería acompañarlo a él junto a sus otros colegas. Yo estaba que hervía de la bronca que seguro se me noto al decirle que yo tenía cosas mas importantes que hacer, que almorzar y que a mi si me importaba mi empleo, no me cabía que había que añadir mas de otra hora perdida a la panchura de este individuo y del resto del equipo.
Después de la hora de almuerzo reuní a todos para llamarlos a la dedicación y compromiso con las tareas que teníamos que terminar a tiempo, y que en esas circunstancias debemos sacrificar cualquier actividad que no este enfocada al trabajo debido a la urgencia de ese día. Todos me escucharon y asintieron para volver al trabajo esmerado y sin pausas. Ya a las 4:30 de esa tarde me embarque en otra tarea y necesitaba sacar unas fotocopias al piso de arriba. Cuando llegue a la fotocopiadora noté que no había nadie de los 8 funcionarios que trabajaban en ese piso excepto Ninin, que era la encargada de compras, de origen Indonesio pero de fe cristiana. Otra vez, con la cara de decepción y convencido que los Indonesios eran unos ‘vagos’. Fue entonces que le pregunté a ella, a donde se había ido todo el mundo. En ese momento aprendí y entendí algo que no sabía…”La gente está orando…” me dijo con una sonrisa y un tono complaciente.
Los Indonesios de fe musulmana representan el 87% del país, y entre sus hábitos diarios, inducidos desde niños, está el orar al menos 5 veces al día, mirando a una misma dirección, todos los días a las mismas horas. Para estos el día comienza a las 4:00 de la mañana, donde practican la primera oración o “doa pagi”, luego desayunan, y realizan las tareas domesticas y otros quehaceres. Las empresas occidentales al igual que las instituciones financieras han impuesto el horario de trabajo de 8:30 a 12:30 en la mañana y 13:30 a 17:30 por las tardes, así que el musulmán tiene al menos 4 horas antes de la hora del trabajo.
La oración a hecho de esta gente, personas humildes, tolerantes, y pacientes; que te seden siempre la palabra y no les interesa ganarte la discusión, simplemente te escuchan, como queriendo aprender de ti. Es muy fácil imponerles tus razones a ellos, pero al final su razón silenciosa termina ganando.
El musulmán Indonesio es sumamente pasivo y calmo y a riesgo de parecer a otros ojos que toma todo a la ligera, no se afana por nada que Dios no le ponga en las manos.
En nuestro libro de sabiduría cristiano al que llamamos ‘Biblia’, también se encuentra una enseñanza a alejarse del afán que termina en ansiedad y nos mete en todo tipo de aprietos… dice así:
"Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal." (Mateo 6:25-34)
Ese día casi al final de la jornada laboral, llegó un comunicado indicándonos que habíamos ganado otro contrato y que la unidad de servicios venía ya lista desde Singapur y que nuestra unidad podía esperar.
...Me pregunto si era eso lo que Amím estaba pidiendo en la oración de las 11:30 de aquel día…
